El llamado de salvación es en parte externo y en parte interno. El llamado externo se lleva a cabo a través del ministerio de hombres, que proclaman la palabra del evangelio, y que son llamados en este sentido “trabajadores junto con Dios, plantadores, regadores, constructores, y ministros por medio de quienes los incrédulos son persuadidos” (1 Corintios 3:6-10). El llamado interno por otro lado, lo realiza como operación directa el Espíritu Santo, iluminando la mente y afectando el corazón, para que se otorgue una atención seria y adecuada a los asuntos que están siendo proclamados, y que la fe sea dirigida a la palabra. La eficacia del llamado consiste en la concurrencia tanto de su componente interno como externo (Hechos 16:14, 2 Corintios 4:5-6, 1 Pedro 1:22-23)
Pero debemos ser cautelosos, y, al contrario de los místicos y entusiastas, no considerar la palabra que es proclamada por el ministerio de hombres solo como preparatoria; y creer que otra palabra es empleada internamente, que es perfeccionista; o (de igual manera) no suponer que el Espíritu, por un acto interno, ilumina la mente hacia otro conocimiento de Dios y de Cristo, que aquel que se encuentra contenido en la palabra externamente proclamada; o que El afecta la mente y el alma con otros medios, que aquellos que son propuestos en la misma palabra de Dios (1 Pedro 1:23, Romanos 10:14-17, 2 Corintios 4:3-6, 1 Corintios 15:1-4)
El resultado accidental de este llamado, uno que no es en sí mismo la intención de Dios, es el rechazo a la palabra de gracia, contender al consejo divino, la resistencia ofrecida al Espíritu Santo. La razón per-sé de este resultado es, la malicia y la dureza del corazón humano. Dicho resultado es, no obstante, superado por otro, a decir, el justo juicio de Dios, devolviendo el pago por el desprecio mostrado hacia Su palabra y llamado, y la injuria hecha a su Santo Espíritu. De este juicio nace el ennegrecimiento de la mente, el endurecimiento del corazón y la “entrega a una mente reprobada” (Hechos 13:46, Lucas 7:30, Hechos 7:51, Salmos 81:11-14, Isaías 63:10, 6:9,10, Juan 12:37-40)
Pero, como “conocidas son para nuestro Dios todas sus obras desde el principio del mundo” y como Dios no hace nada en el tiempo que no haya decretado hacer desde toda la eternidad, este resultado es de la misma manera instituido y administrado de acuerdo al decreto eterno de Dios. De manera que quien quiera que sea llamado en el tiempo, fue desde toda la eternidad predestinado para ser llamado, y para ser llamado en ese mismo estado, tiempo, lugar, modo y con la misma eficacia, como y con la cual fue predestinado. De otro modo, la ejecución variaría respecto al decreto; con cargos de mutabilidad y cambio que no podrían ser proferidos contra Dios sin producir efectos despreciables (Efesios 3:5,6,9-11, Santiago 1:17,18, 2 Timoteo 1:9)
Simon Episcopius